Tom Waits, a modo de vaudeville melancólico, se convierte en una prostituta desposeída de femineidad externa (con una voz aun más tosca que la del propio Waits), pero no falta de profundidad psicológica. Ella no es tan sólo una metaforización de “la calle” reverberante sintonizada por Waits, sino que posee dotes específicos que sobrepasan el alcance de su creador.
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